Hace ya bastantes años que descubrí el que se convertiría en uno de mis lugares favoritos de Madrid: El templo de Debod.
Un sitio especial que además se encuentra en un entorno espectacular, el Parque del Cuartel de la Montaña, muy cerquita de Plaza España. Y es que he de admitir que esas vistas del Palacio Real, de la catedral de la Almudena, del Madrid mítico y de la frondosa Casa de Campo se convirtieron, con el paso de los años, en un escenario de lo más significativo para mí. Llegando a ser partícipe de algunos de mis recuerdos más emotivos y cómplice de algún que otro momento inconfesable.
El emplazamiento ideal para una construcción como el templo de Debod. Un estupendo templo egipcio de más de dos mil años de antigüedad que en su día estuvo dedicado a los dioses Amón e Isis . Exacto, un templo egipcio. Original. Trasladado piedra a piedra. En pleno centro de la ciudad madrileña. ¿Y eso cómo es posible? ¿Cómo ha llegado un monumento así a Madrid? Pues resulta que fue un regalo. Un obsequio por parte del gobierno egipcio al de España en agradecimiento por la labor de salvación de algunos templos nubios. En concreto Abu Simbel.
Abu Simbel es un speo, es decir, un templo excavado en la roca. Fue construido por Ramsés II y las estatuas colosales del faraón que adornan su entrada son consideradas unas de las imágenes más representativas de Egipto. El caso es que la construcción de una presa en Asuán provocó una crecida del Nilo mayor de lo habitual . Y esto hizo necesario trasladar este colosal speo para que no se acabase deteriorando con el paso del agua. Pues en esa laboriosa tarea participaron, entre otros, un equipo de españoles. De ahí el generoso obsequio.
Es difícil describir mi cara de ilusión la primera vez que visité el Templo de Debod. A pesar de lo reducido del templo, el pequeño estanque que adornaba la entrada y las palmeras del entorno acompañaban a la perfección su aura mística. Unos pilonos franquean lo que sería en su día el camino del río al templo. Y al llegar a su entrada, ese característico muro a media altura completado con columnas de época ptolemaica en la parte superior, cuenta por sí mismo gran parte de la historia del templo.

Nada más entrar tuve la sensación de que era más grande de lo que parecía por fuera. Y al ir adentrándome en la penumbra del templo no pude evitar la sensación de estar teletransportándome a mi querido Egipto. A medida que iba recorriendo las diferentes estancias iba notando como me envolvía la magia del lugar. Hasta que llegué al sueño de todo amante de la egiptología: La capilla de Adijalamani.
Una sala con las paredes completamente decoradas con jeroglíficos e imágenes. La mayoría de ellas escenas del rey rezando y ofreciendo culto a los dioses. Me fascinó ver que en algún lugar quedaban resquicios de antigua policromía. Imaginé que en su día debía resultar bastante impresionante esta pequeña sala repleta de color.
Pero sin duda lo que más conmovió ese día fue entrar al Sancta Sanctorum. El espacio sagrado del templo. Ese lugar mágico al que muy pocos tenían acceso. El verdadero hogar de los dioses. Siempre situado en el lugar más oscuro y profundo del templo.
En el Sancta Sanctorum del Templo de Debod toca imaginarse la estatua de Amón que en su día debía engalar el interior de ese majestuoso bloque de piedra que reina en el centro de la estancia. Ese hueco aparece iluminado por la luz de un foco que rompe con la oscuridad de la sala y contribuye al aura mística del lugar.
Y fantaseé. No pude evitar imaginarme al típico sacerdote regordete de cabeza rapada abriendo la pequeña trampilla del techo. Haciendo que la luz cayera, casi en forma de caricia, sobre la estatua de Amón. Sentí ese olor de perfume y a incienso. Olí el vino y la copiosa comida que había en el suelo. Eran las ofrendas que los fieles habían llevado ese día. Me imaginé al sacerdote arrodillado, levantándose lentamente al terminar de orar y volviendo sobre sus pasos para no darle la espalda a su dios. Y pude ver cómo en su rostro se dibujaba una significativa sonrisa, mientras por su cabeza rondaba un alegre pensamiento: la apetecible comida y el delicioso vino que iba a saborear con sus compañeros sacerdotes esa noche.
No pude evitar pensar en la cantidad de egipcios que habían adorado en su día ese espacio. Cuántas personas habían fantaseado con el lugar exacto en el que yo me encontraba. Lo especial que debía resultar para ellos. Y me di cuenta de que la magia no se hace de lugares, se hace de pensamientos, sueños, ilusiones… No somos conscientes de ello, pero las personas tenemos la capacidad de hacer algunos lugares mágicos.
Y así fue como mis ansias por aprender, mi ilusión por devorar mitos y mi curiosidad por descubrir historias se quedaron allí en ese primer momento, alimentando la magia del lugar.
Gracias! Precioso texto. Creo que te van a gustar los siguientes videos de Egipto, por su mística, tan en consonancia con tu descripción
Ojalá así sea!
Y me despido a la manera egipcia:
Fuerza! Salud! Estabilidad!
Jose Carlos Fernandez
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Muchas gracias por tu comentario y por tus recomendaciones de videos. Les echaré un vistazo claro 🙂 un saludo!
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